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Imagen de los incidentes al final del partido en el Estadio Campeones Olímpicos de Florida (Foto: Miguel Simón de El Heraldo) |
Un sin número de opiniones se han leído y escuchado en estas últimas horas respecto a lo sucedido en el final del partido de juveniles entre Florida y Rocha disputado el pasado sábado en el Estadio Campeones Olímpicos de Florida.
Si bien en la crónica del partido ya nos referimos a lo sucedido, quedan cosas para comentar y, sobre todo, para reflexionar.
En primer lugar, nos parece primordial no reducir el análisis a discutir qué sanciones merece Florida, a repasar qué selección o departamento tiene más antecedentes violentos o a plantear el tema como una confrontación entre Florida y Rocha. Hacemos hincapié en esto último, ya que si bien hemos leído comentarios totalmente desafortunados y hasta debatido con algún periodista floridense sobre ellos, es justo reconocer que las opiniones de la mayoría de ellos han sido implacables en repudiar lo sucedido y han transcurrido por un camino superador de la violencia en el fútbol del interior en general y de Florida en particular.
Mucho tememos que las medidas que se tomen no resuelvan nada. Es factible que se sancione a la Liga de Fútbol de Florida, que se suspenda el escenario sin demasiadas razones y que se castigue severamente a los jugadores juveniles de Florida. Es este último punto el que más nos preocupa: es cierto que los muchachos floridenses merecen recibir alguna sanción, pero la responsabilidad mayor de lo ocurrido no puede recaer en ellos.
Sancionar a jóvenes menores de 18 años debe tener una finalidad formativa y no punitiva. La sanción a los jóvenes floridenses no puede tener vocación ejemplarizante ni pretender por si sola solucionar el problema de la violencia. Si la sociedad tiende cada vez más a resolver los conflictos de forma violenta y los jóvenes son especialmente vulnerables a reproducir esta forma de relacionamiento social, sería una hipocresía hacer recaer sobre ellos las mayores consecuencias de lo ocurrido. Varios adultos alentaron y participaron de la gresca cuando su actitud debiera haber apuntado a evitarla, otros pretendieron justificar los hechos cuando su reacción debiera haber sido rezongar en un tono muy duro a los gurises por lo que hicieron. Si hay que determinar sanciones ejemplarizantes, parece claro que los candidatos no deberían ser los chiquilines.
Es recurrente ante episodios como este mencionar que la violencia es un problema social y no del fútbol. Esto es tan cierto como que el fútbol puede reproducir y potenciar el problema social o apuntar a combatirlo. Hace poco escuchábamos al entrenador Sergio Markarian comentar, en relación a su proyecto de escuelas de fútbol presentado al gobierno peruano, que el fútbol tiene la capacidad de llegar a más lugares que la propia escuela y destacar la potencialidad educativa del deporte. Convencidos de esto es que decimos que el entrenador, en estas edades, debe ser ante todo un educador. Y a los que sacan lo peor de los chiquilines, a los que reproducen en el fútbol lo peor de la sociedad, a los que dan los malos ejemplos, hay desterrarlos del deporte.
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